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Stupendemys, la mayor tortuga de agua dulce que ha existido

Hace aproximadamente 10 millones de años, en los sedimentos del antiguo sistema fluvial amazónico, habitó una criatura tan imponente que aún hoy en día sigue fascinando a paleontólogos y aficionados a la prehistoria. Se trata de la especie Stupendemys geographicus, la mayor tortuga de agua dulce que haya existido en la Tierra. Su tamaño colosal, sus hábitos y su papel en el ecosistema del Mioceno tardío la convierten en una de las especies fósiles más extraordinarias jamás descubiertas en Sudamérica.

La tortuga gigante Stupendemys geographicus
La Stupendemys vivió hace entre 5 y 12 millones de años, durante el período del Mioceno tardío, una época en la que la región que hoy conocemos como la cuenca del Amazonas era una red inmensa de ríos, lagos y humedales. Su hábitat abarcaba zonas que actualmente pertenecen a Venezuela, Colombia, Brasil y Perú, cuando el sistema fluvial protoamazónico albergaba una rica biodiversidad de reptiles, peces y mamíferos.

El descubrimiento inicial de esta gigantesca tortuga se produjo en la década de 1970, pero fue en el año 2020 cuando un equipo internacional de paleontólogos liderado por Rodolfo Sánchez y Marcelo Sánchez Villagra publicó una descripción más completa a partir de nuevos restos fósiles hallados en el desierto de Urumaco, Venezuela. Uno de los caparazones encontrados mide más de tres metros de largo, y se estima que el animal completo pudo haber alcanzado una longitud total de hasta 4 metros y un peso superior a 1.100 kilogramos. Esta dimensión supera ampliamente a cualquier tortuga de agua dulce actual y solo es comparable, en términos de tamaño, a las tortugas marinas fósiles.

El caparazón de Stupendemys no solo destaca por su tamaño, sino también por su morfología. En algunos ejemplares, los paleontólogos encontraron proyecciones óseas similares a cuernos situadas a ambos lados del caparazón, probablemente presentes solo en los machos. Estas estructuras podrían haber servido como armas para el combate entre individuos rivales, algo que recuerda al comportamiento de ciertos animales modernos, como los ciervos o incluso algunas tortugas terrestres actuales que luchan por parejas o territorio.

Su poderosa mandíbula y su estructura ósea sugieren que era principalmente herbívora, alimentándose de frutas caídas, plantas acuáticas y vegetación densa de la ribera. Sin embargo, como muchas tortugas modernas, también es posible que consumiera ocasionalmente invertebrados o pequeños animales, lo que la convertiría en una omnívora oportunista.

Caparazón Tortuga Stupendemys geographicus
Uno de sus posibles depredadores era el Purussaurus, uno de los cocodrilos más grandes que han existido, capaz de alcanzar hasta 12 metros de longitud. Sin embargo, el gigantesco caparazón de Stupendemys, en combinación con su gran fuerza, habría sido una defensa formidable incluso contra estos temibles reptiles.

El estudio de Stupendemys no solo ha servido para ampliar nuestro conocimiento sobre la evolución de las tortugas, sino que también arroja luz sobre los antiguos ecosistemas tropicales de América del Sur. Los fósiles hallados permiten reconstruir interacciones ecológicas, rutas de dispersión y adaptaciones morfológicas vinculadas al gigantismo, un fenómeno que ocurre con frecuencia en entornos estables y ricos en recursos y que se puede ver también en numerosos mamíferos prehistóricos gigantescos.

La gran abundancia de frutas, vegetación flotante y cuerpos de agua extensos pudo haber favorecido la evolución hacia grandes tamaños, como ocurrió también en otras especies contemporáneas. Además, su enorme caparazón ha sido comparado con una especie de “refugio móvil”, que le proporcionaba protección tanto frente a depredadores como a rivales.

En palabras del paleontólogo Marcelo Sánchez, citado por Nature Ecology & Evolution (2020), "el hallazgo de un caparazón casi completo y un cráneo bien preservado es clave para comprender cómo vivía esta tortuga, cómo era su comportamiento y su evolución". La presencia de estos fósiles en zonas tan separadas como Venezuela y Colombia también sugiere que existían conexiones fluviales antiguas que permitían una amplia distribución de especies.

A pesar de su enorme tamaño y sus adaptaciones defensivas, la Stupendemys geographicus desapareció hace aproximadamente unos 5 millones de años, al final del Mioceno, durante un período de importantes cambios geológicos, climáticos y ecológicos en América del Sur.

Esqueleto Tortuga Stupendemys geographicus
Uno de los factores más influyentes en su extinción parece haber sido la transformación del paisaje sudamericano. Durante el Mioceno tardío, la elevación progresiva de los Andes modificó profundamente los patrones de drenaje y el clima en la región amazónica. Este levantamiento montañoso fragmentó antiguos sistemas fluviales y humedales donde habitaban muchas especies, incluyendo a la Stupendemys, restringiendo su hábitat y acceso a recursos vitales.

Al mismo tiempo, estos cambios geográficos alteraron la disponibilidad de plantas acuáticas y frutas que constituían su principal dieta. La pérdida de grandes áreas de agua dulce interconectadas, junto con una mayor competencia por alimentos y la reducción de zonas adecuadas para su reproducción, contribuyeron a un descenso poblacional progresivo.

Otro posible factor para su extinción fue la presión ecológica de nuevos depredadores o de especies más eficientes en el mismo nicho ecológico. Aunque su tamaño la protegía en parte, la aparición de nuevos competidores o depredadores más especializados en un entorno cambiante pudo haber impactado su supervivencia.

Por otra parte, la llegada del Plioceno trajo consigo también nuevas condiciones climáticas, más secas y variables, que afectaron a muchas especies de gran tamaño en los trópicos. Como ocurre frecuentemente en la historia natural, las especies más grandes del planeta suelen ser más vulnerables a cambios rápidos en el entorno, debido a su baja tasa reproductiva y mayores requerimientos de espacio y alimento.

Stupendemys vs. Archelon

Al hablar de tortugas prehistóricas gigantes, es inevitable comparar a Stupendemys con la gigantesca Archelon, una especie marina que vivió durante el Cretácico superior, hace aproximadamente 80 millones de años. A diferencia de la Stupendemys, que vivía en agua dulce, Archelon era una tortuga marina que navegaba los mares poco profundos que cubrían gran parte de América del Norte en aquella época

La especie Archelon ischyros podía alcanzar 4,6 metros de largo y un peso estimado de más de 2.000 kilogramos, superando incluso a Stupendemys en tamaño y peso. Sin embargo, su caparazón era más flexible y menos macizo, adaptado a un estilo de vida más hidrodinámico. Mientras Archelon vagaba por mares repletos de reptiles marinos y peces prehistóricos gigantes, Stupendemys se desplazaba con majestuosa lentitud por los ríos del Mioceno sudamericano, entre manatíes primitivos, caimanes gigantes y peces pulmonados.

Ambas tortugas colosales representan en todo caso extremos evolutivos en contextos distintos. Mientras Archelon supuso el cenit de las tortugas marinas prehistóricas; Stupendemys fue sin duda la cúspide de las tortugas fluviales.


Comparación tamaño Stupendemys vs. Archelon

Los animales más longevos del planeta

Los animales más longevos del planeta son auténticos prodigios de la naturaleza, capaces de afrontar el paso del tiempo con estrategias biológicas sorprendentes que les permiten desafiar el envejecimiento e incluso la muerte natural. Algunos de ellos han vivido durante siglos o incluso milenios, convirtiéndose en testigos silenciosos de cambios drásticos en el clima y el entorno. 

Desde las profundidades del océano hasta las islas más remotas, estos animales han desarrollado mecanismos únicos para ralentizar su envejecimiento, reparar su organismo y, en algunos casos, hasta conseguir revertir el ciclo de la vida. Su extraordinaria longevidad supera ampliamente la esperanza de vida de los seres humanos, y por ello no solo son un misterio fascinante para la ciencia, sino que también ofrecen pistas valiosas sobre los secretos del envejecimiento, la posibilidad de alargar la vida del ser humano y acercarse así quizás a conocer los secretos de la inmortalidad.

Tortugas gigantes – Más de 150 años

Las tortugas de Galápagos (Chelonoidis nigra) y las tortugas de Aldabra (Aldabrachelys gigantea) son animales ampliamente conocidos por su gran longevidad. Un caso notable es el de Jonathan, una tortuga gigante de Seychelles que nació en torno 1832, tiene por tanto más de 190 años y además sigue viva en la actualidad. Estos reptiles tienen un metabolismo extremadamente lento, lo que les permite vivir por siglos.

Fotografía de la tortuga Jonathan en 1942
Es bastante habitual que las tortugas de Galápagos superen los 150 años de edad y son en general conocidas por su impresionante tamaño, que si bien se queda lejos de su antepasado prehistórico, la gigantesca tortuga Archelon, pueden llegar a a medir 160 centímetros y pesar más de 400 kg

Habitan en islas remotas con escasos depredadores, uno de los factores principales que favorecen su longevidad. Son herbívoras y pasan la mayor parte del día alimentándose de vegetación, además de ser capaces de sobrevivir largos periodos sin comida ni agua gracias a un lento metabolismo que contribuye a su resistencia y longevidad. 

Por otro lado, la tortuga de Aldabra, originaria del atolón de Aldabra en el océano Índico, también puede vivir más de 150 años en estado salvaje. Son animales robustos que alcanzan de promedio los 250 kg. Su longevidad se atribuye a su estilo de vida tranquilo, su dieta basada en vegetación y su capacidad de adaptación a condiciones ambientales extremas. Uno de los ejemplos más extremos es Adwaita, una tortuga que vivió en el zoológico de Calcuta y que, según los registros históricos, alcanzó los 255 años de edad tras haber nacido en el siglo XVIII, en torno al año 1750.

La biología de estas tortugas ha despertado un gran interés en los científicos, ya que presentan una baja tasa de envejecimiento y una notable resistencia a enfermedades, lo que las convierte en modelos ideales para estudiar la longevidad en los vertebrados.


Ballena de Groenlandia – Más de 200 años

La ballena de Groenlandia (Balaena mysticetus) es el mamífero más longevo del planeta. Esta especie de cetáceo, que habita en las frías aguas del Ártico, puede vivir más de 200 años, con algunos individuos registrados con edades superiores a los 211 años.

Se trata de una ballena de gran tamaño, pudiendo alcanzar entre 14 y 18 metros de longitud y un peso de hasta 100 toneladas. A diferencia de otras ballenas, carece de una aleta dorsal, lo que la hace más eficiente para desplazarse bajo el hielo marino. Su característica cabeza maciza, que representa casi un tercio de su cuerpo, le permite romper capas de hielo de hasta 60 cm de grosor para salir a respirar.

Fotografía de una ballena de Groenlandia
Uno de los aspectos más fascinantes de la ballena de Groenlandia, conocida también como ballena boreal o ballena cabeza de arco, es su extraordinaria longevidad. Durante mucho tiempo, los científicos sospechaban que estos animales podían vivir más de un siglo, pero no fue hasta el hallazgo de un ejemplar con un arpón del siglo XIX incrustado en su piel que se pudo confirmar que algunas ballenas habían superado los 130 años. Investigaciones posteriores revelaron que algunos individuos alcanzaban edades superiores a los 200 años, lo que la convierte en el mamífero con la vida más larga conocida.

El secreto de su longevidad radica en varios factores. Su metabolismo es excepcionalmente lento, lo que reduce el desgaste celular y minimiza el daño oxidativo que suele provocar el envejecimiento en otras especies. Además, estudios genéticos han identificado mutaciones únicas en su ADN que parecen estar relacionadas con la reparación celular y la resistencia al cáncer. 

A pesar de su resistencia y longevidad, la ballena de Groenlandia ha tenido que afrontar diversas amenazas a lo largo de la historia, particularmente durante los siglos XIX y XX, cuando la caza intensiva casi llevó a la especie al borde de la extinción debido a que su grasa era altamente valorada para la producción de aceite. Aunque actualmente está protegida por diversas regulaciones internacionales, el cambio climático se ha convertido en su nuevo desafío. El derretimiento del hielo en el Ártico está modificando su hábitat y facilitando la llegada de depredadores y competidores que antes no podían acceder a estas aguas.

Tamaño ballena de Groenlandia comparado con un humano


Pez roca de ojos ásperos – Más de 200 años

El Pez roca de ojos ásperos (Sebastes aleutianus) es otro de los seres vivos más longevos del planeta, con individuos que han llegado a vivir más de 200 años. Su hábitat se sitúa en el Pacífico Norte, abarcando desde las costas de Japón hasta Baja California, aunque es más común en aguas profundas de Alaska y la Columbia Británica.

Su apariencia es similar a la de otros peces roca, con un cuerpo robusto, una cabeza grande y espinas dorsales prominentes. Su color varía entre tonos anaranjados y rosados, lo que le permite camuflarse en su hábitat, compuesto principalmente por fondos rocosos a profundidades que pueden superar los 800 metros, conviviendo con otras criaturas fascinantes de las profundidades marinas.

Pez roca de ojos ásperos - Sebastes aleutianus
Su gran longevidad se debe en gran parte a un metabolismo lento y a la estabilidad de su entorno marino. Los estudios sobre su envejecimiento han revelado que, a diferencia de otros peces, sus tejidos muestran una notable resistencia al deterioro con el paso del tiempo.

A pesar de su extraordinaria esperanza de vida, esta especie no está exenta de amenazas. La pesca comercial ha reducido significativamente sus poblaciones, ya que es un pez muy apreciado en el mercado debido a la calidad de su carne. Su lenta tasa de reproducción agrava el problema, pues tarda décadas en alcanzar la madurez sexual, lo que dificulta la recuperación de la especie en caso de sobreexplotación.

En términos ecológicos, el Sebastes aleutianus juega un papel clave en la cadena alimenticia de los ecosistemas marinos profundos, alimentándose de crustáceos y peces más pequeños, mientras que a su vez es presa de depredadores como tiburones y mamíferos marinos. Su longevidad y resiliencia lo convierten en un verdadero testigo del tiempo en las profundidades oceánicas.


Erizo rojo – Más de 200 años

El erizo de mar rojo o implemente erizo rojo (Strongylocentrotus franciscanus) habita en el Pacífico oriental, desde Alaska hasta Baja California, prefiriendo las aguas poco profundas de los fondos rocosos y los bosques de algas. Su longevidad, capaz de superar los 200 años, ha sido objeto de numerosos estudios, ya que a diferencia de muchos otros organismos, no muestra signos evidentes de envejecimiento y mantiene su capacidad reproductiva a lo largo de toda su vida.

Este equinodermo se caracteriza por su caparazón esférico cubierto de espinas largas y puntiagudas, que pueden alcanzar hasta 8 centímetros de longitud. Su color varía entre el rojo intenso y el burdeos, lo que le permite camuflarse entre las algas marinas. A pesar de su apariencia inmóvil, es un animal bastante activo y utiliza sus pequeños pies tubulares, situados en la parte inferior de su cuerpo, para desplazarse lentamente sobre el sustrato marino.

El erizo de mar rojo - Strongylocentrotus franciscanus
El erizo rojo desempeña un papel ecológico fundamental en los ecosistemas costeros, ya que se alimenta principalmente de algas, ayudando a regular su crecimiento. Sin embargo, cuando sus poblaciones aumentan descontroladamente debido a la ausencia de depredadores naturales como las nutrias marinas y algunos peces, pueden devastar los bosques de algas y provocar desequilibrios ecológicos.

Su capacidad regenerativa es otro de los aspectos más fascinantes de la especie, ya que si pierde una espina o parte de su cuerpo, puede regenerarla con el tiempo. Además, su sistema inmunológico y celular parece estar altamente optimizado para prevenir el deterioro causado por el envejecimiento, lo que lo convierte en un modelo de estudio para la biología del envejecimiento y la longevidad.

En el ámbito comercial, el Strongylocentrotus franciscanus es muy valorado, especialmente en la gastronomía japonesa, donde sus gónadas, conocidas como "uni", son consideradas un manjar. La explotación excesiva de esta especie ha llevado a la implementación de regulaciones en algunas regiones para evitar su sobrepesca y garantizar la sostenibilidad de sus poblaciones.


Tiburón de Groenlandia – Más de 400 años

El tiburón de Groenlandia (Somniosus microcephalus) es probablemente el animal vertebrado más longevo del planeta, con una esperanza de vida que puede superar los 400 años de edad. Habita en las frías aguas del Atlántico Norte y el Ártico, desde Canadá y Groenlandia hasta Noruega y Rusia, prefiriendo profundidades de hasta 2.200 metros. Su crecimiento es extremadamente lento, con un promedio de apenas un centímetro por año, lo que contribuye a su asombrosa longevidad.

Este tiburón se distingue por su gran tamaño, similar al de los grandes tiburones blancos, ya que puede alcanzar hasta 7 metros de longitud y pesar más de 1.000 kilogramos. Su piel es de un tono grisáceo o marrón con una textura rugosa, y su cabeza es relativamente pequeña en comparación con su cuerpo. Sus ojos suelen estar parasitados por copépodos bioluminiscentes, que se adhieren a la córnea y pueden afectar su visión, aunque se cree que el tiburón de Groenlandia depende más de su sentido del olfato para cazar.

Fotografía del Tiburón de Groenlandia - Somniosus microcephalus
En cuanto a su alimentación, es un depredador oportunista y carroñero que consume una amplia variedad de presas, incluyendo peces, calamares e incluso mamíferos marinos como focas. Se han encontrado restos de osos polares en el estómago de algunos ejemplares, lo que sugiere que es capaz de atacar animales grandes o alimentarse de cadáveres que encuentra en el fondo marino.

Su metabolismo extremadamente lento, adaptado a las gélidas temperaturas de su hábitat, no solo le permite vivir durante siglos, sino que también le otorga la capacidad de permanecer inmóvil durante largos periodos antes de emboscar a sus presas. Esta especie alcanza la madurez sexual muy tarde en la vida, aproximadamente a los 150 años, lo que la hace especialmente vulnerable a la sobreexplotación y el cambio climático.

A pesar de su longevidad, el tiburón de Groenlandia sigue siendo un enigma para los científicos. Su carne contiene altos niveles de óxido de trimetilamina, lo que la hace tóxica para el consumo humano a menos que sea procesada de manera especial, como en la preparación del "hákarl", un plato tradicional islandés en el que se fermenta la carne para eliminar su toxicidad.


Almeja de Islandia – Más de 500 años

La almeja de Islandia (Arctica islandica), también conocida como almeja del océano, es un molusco bivalvo famoso por su increíble longevidad, capaz de vivir durante siglos. Habita en las frías aguas del Atlántico Norte, extendiéndose desde la costa este de América del Norte hasta Europa, incluyendo el Mar del Norte y el Mar Báltico. Su tamaño varía, aunque generalmente alcanza entre 7 y 13 centímetros de diámetro, con una concha gruesa y resistente de color marrón oscuro.

La almeja de Islandia Ming de 507 años de edad
En 2006, los investigadores descubrieron un ejemplar apodado "Ming" en las aguas cercanas a Islandia, cuya edad se determinó en 507 años, convirtiéndolo en el animal no colonial más longevo conocido hasta la fecha. Por desgracia, la centenaria almeja murió durante el proceso de investigación, lo que levanto una considerable polémica. 

En cualquier caso, este descubrimiento ha sido clave para el estudio del envejecimiento en los organismos vivos. Su longevidad se debe en gran parte a su metabolismo extremadamente lento y a mecanismos celulares que reducen el daño por estrés oxidativo, un factor clave en la degeneración de los tejidos a lo largo del tiempo. 

La almeja de Islandia se alimenta filtrando partículas de plancton y materia orgánica en suspensión del agua. Su crecimiento es muy lento, lo que queda reflejado en los anillos concéntricos de su concha, similares a los de los árboles. Estos anillos no solo permiten estimar la edad del individuo, sino que también han sido utilizados por los científicos como un archivo natural del clima oceánico. Analizando su crecimiento a lo largo de los siglos, los investigadores han podido reconstruir patrones de cambios ambientales y climáticos, proporcionando información valiosa sobre las variaciones de temperatura en el Atlántico Norte y su relación con fenómenos como la Pequeña Edad de Hielo.


Coral negro – Más de 4.000 años

A diferencia de los corales de arrecife, que suelen ser de colores vivos y habitar en aguas poco profundas, el coral negro (Leiopathes sp.) es un género de corales de aspecto oscuro (de ahí su nombre) que crecen en aguas profundas y frías, donde pueden vivir durante milenios.

Entre las características más sorprendentes de esta especie destaca sin duda su longevidad extrema. Se han encontrado ejemplares que superan los 4.000 años de edad, lo que convierte al coral negro en uno de los animales más longevos del planeta. Estos corales crecen muy lentamente, añadiendo capas microscópicas a su esqueleto a lo largo del tiempo, lo que permite a los científicos estudiar registros ambientales históricos a través de su estructura, similar a los anillos de los árboles.

Coral negro - Leiopathes sp
A pesar de su nombre, el coral negro no es completamente oscuro a simple vista. Su esqueleto, hecho de una proteína llamada escleroproteína, es negro o marrón oscuro, pero los pólipos vivos que lo recubren pueden presentar colores como amarillo, naranja o blanco. Se encuentran en diversas regiones oceánicas, incluyendo el océano Pacífico, el Atlántico y el Mediterráneo, generalmente a profundidades de entre 30 y 300 metros, aunque algunos han sido hallados a más de 1.000 metros.

Estos corales desempeñan un papel ecológico crucial, ya que proporcionan refugio y hábitat a muchas especies marinas, incluyendo peces, crustáceos y otros invertebrados. Sin embargo, están amenazados por la pesca de arrastre de fondo y la recolección comercial, ya que su esqueleto se utiliza en la fabricación de joyería y ornamentos. Debido a su crecimiento extremadamente lento, su recuperación tras la destrucción es casi imposible en términos humanos, lo que ha llevado a la implementación de regulaciones para su protección en varias partes del mundo.


Esponja de la Antártida – Más de 10.000 años

La esponja de la Antártida (Anoxycalyx joubini) es un organismo que habita en las frías y profundas aguas del océano Antártico. Este invertebrado marino pertenece al grupo de las esponjas de vidrio (Hexactinélidos), caracterizadas por poseer un esqueleto compuesto de espículas de sílice, lo que les da una apariencia frágil pero resistente. 

Esponja de la Antártida - Anoxycalyx joubini
No sin cierta controversia en la comunidad científica, la esponjas han sido clasificadas como la primera rama evolutiva del reino animal y son una de las especies animales más primitivas del planeta. 

La longevidad extrema de la esponja de la Antártida parece sobrenatural. Se estima que algunos ejemplares pueden vivir más de 10.000 años y es por ello uno de los organismos más longevos del planeta que se conocen. Como sucede con otros seres vivos de gran longevidad, su crecimiento es extremadamente lento debido a las bajas temperaturas del agua y a las condiciones del ecosistema en el que vive. 

La esponja de la Antártida suele encontrarse en profundidades que van desde los 100 hasta más de 500 metros, donde la temperatura del agua se mantiene cercana al punto de congelación. Su estructura, de aspecto globular y color blanquecino, puede alcanzar tamaños considerables, con algunos ejemplares midiendo más de un metro de altura. Su forma y estructura proporcionan además refugio a diversas especies marinas, como pequeños crustáceos y peces, siendo por ello un importante componente del ecosistema bentónico antártico.


Medusa inmortal – Biológicamente inmortal

La medusa inmortal (Turritopsis dohrnii) es un pequeño cnidario de apenas unos milímetros de tamaño que ha capturado la atención de la comunidad científica debido a su increíble capacidad para revertir su proceso de envejecimiento, lo que en teoría la hace biológicamente inmortal.

Fotografía de una medusa Turritopsis dohrnii
Esta medusa habita principalmente en los océanos templados y tropicales, aunque se ha extendido por diversas partes del mundo gracias a su pequeño tamaño y su capacidad de desplazarse en el agua a través de corrientes marinas. Su ciclo de vida es similar al de otras medusas: comienza como una larva llamada plánula, luego se asienta en el fondo del mar y se transforma en un pólipo colonial. De este pólipo surgen medusas adultas que pueden reproducirse posteriormente.

Lo que distingue a Turritopsis dohrnii de otras especies es su capacidad para la transdiferenciación, un proceso en el que sus células adultas pueden transformarse en células más jóvenes, permitiéndole revertir su desarrollo hasta su fase de pólipo en condiciones adversas, como lesiones, falta de alimentos o cambios en el ambiente. Este fenómeno ha sido comparado con un organismo que, en lugar de morir, vuelve a su etapa juvenil y comienza de nuevo su ciclo de vida, un caso prácticamente único en la naturaleza.

Si bien esta capacidad le otorga una teórica inmortalidad biológica, en la práctica, la medusa sigue siendo vulnerable a enfermedades, depredadores y cambios extremos en su entorno. Su estudio ha despertado obviamente un gran interés en la ciencia, ya que comprender los mecanismos celulares y genéticos detrás de su rejuvenecimiento podría abrir nuevas puertas en la investigación del envejecimiento, la medicina regenerativa y quien sabe si descubrir finalmente el secreto de la inmortalidad en los seres vivos.

Turritopsis dohrnii, la medusa inmortal